viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo.


Hoy Viernes Santo, en el pueblo en que yo nací, parece una tarde de aquellas de las novelas de García Marquez. Desde el balcón de mi casa antigua,veo las cadenas de la cordillera, verdes, tan plenas de esperanza y hermosura que ayuda a que el alma se distienda y difrute de la vida. Frente a mi casa, la plazuela y la Iglesia.L os hombres adultos, todos de ternos negros,muy formales y las mujeres mayores, adustas y tranquilas llegan a llorar lo que dicen que alguna vez sucedió. El cielo es una amenaza a todos los preparativos de la Procesión, pero eso no parece perturbar en absuluto lo que está por venir. Yo miro el cielo con cierto temor. Hace tantos años que salí de este lugar que uno olvida los vientos, las lluvias, los soles del pueblo amado. El cielo es ahora como una esponja negra y de cuando en cuando los truenos estremecen el Ande, pero el agua no llega todavía. Me gusta ver llover. Contemplar como rebotan las gotas grandes que caen sobre la tierra. Penetran y dan vida a las semillas de luz que luego se esparcen por el universo entero. Toca la puerta de mi interior más profunda esta luz que no le encuentro el nombre ni el misterio.Esta allí y me alumbra. Me enseña el camino que parecía ya perdido y mi espíritu es como un árbol enorme que extiende sus ramas por las orillas del río cósmico. Ese es mi lugar de siempre. Contemplar en cielo y perderme en mis sueños. No tener ni forma ni compromiso con la vida, no beber del agua que todos beben. Allí encuentro mi lugar. Aunque sea desierto o gélido para los demás. Allí mis sueños abren libremente sus ansías. En ese firmamento al que mis ojos no dejan de mirar. Es como si un gorrión de simple volar, encontrara por fin su nido eterno. Quizás por ello, mis alas infinitas se curten en el fuego del silencio. Por eso no estoy de luto entrando a la iglesia de mi barrio, porque el Dios en el que he depositado mi corazón no tiene un lugar determinado, ni siquiera una tierra, ni un universo. El Ser que renace a mi alma reseca es como un almácigo pródigo y fresco que ayuda a mi sed de Sin Fin. No importa no ser igual a los demás. Estoy aquí, en mi pueblo una vez más, y en mi silencio de esta tarde triste, me contagio de paz que la veo pasar en cada vuelo de los pájaros, que se alejan de la lluvia que ya llega...